Una serie de extraños eventos
paranormales han acontecido, este último tiempo, en mi humilde rancho. La
semana pasada, agarré un cigarrillo, seguido de tantear en la oscuridad con mi
mano en busca de fuego. No encontré. Raro, al menos, ya que debo tener
alrededor de quince encendedores, contando entre los más porongas y los
Candela, omnipresentes en el bolsillo de cualquier fumador –obviamente, salvo
en el mío-.
Fue entonces cuando en el
interior de psiquis brotó una doble personalidad de Sherlock Holmes y Bruce
Lee. Una rápida prueba empírica comprobó que el cigarrillo no se enciende
insultándolo a los gritos. Cuerpo a tierra hallé el primer rastro. Lo que me
llevó a encontrar diez encendedores ajoba de la cama. Junto a ellos, también se
encontraba una pelotita de tenis, unos cuantos pares de media, hilos, cables,
un juguete con forma de ratón, llaves, lapiceras, un resaltador y una pareja de
amables bolivianos. No cabía ningún tipo de duda, a este ser extraño con el que
cohabitamos le gusta encanutarse aquellas cosas de las que solo te acordás
cuando la necesitas. Denotaba ser de una inteligencia superior para realizar
aquella detenida selección.
A ciencia cierta, no sé qué pudo
haber sido. Aquella cadena de mail de Hotmail, que no reenvié, en 2006;
mencionar a Carlos Saúl, en una exposición oral universitaria, el anteaño
pasado; aquel trago de agua que le pegué al río Limay, allá donde empieza su radioactividad;
o, simplemente, Mefistófeles encarnizado en que no duerma. No lo sé.
Pero, mientras estaba tirado en
el piso, prendiendo el pucho, con el encendedor recientemente hallado y jugando
con un hilo, observé en la profunda oscuridad de mi pieza el ojo de Sauron, por
debajo de una larga cola peluda, cual banderín de hoyo de golf . Recordé que
tenía una gata. Y que entró en celo. Y hace
una semana duermo en bloques de una hora, hora y media.
G: ¿Podrías traerme
un chonguito con esto?
C: ¿Podrías callarte
al menos un par de horas?
G: Miau.
C: Basta. No es
gracioso.
G: Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaau.
B: Dosh pesosh mas tresh peshosh, siete peshosh, siñurcito.
G: Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaau.
B: Dosh pesosh mas tresh peshosh, siete peshosh, siñurcito.
¿Qué tan de hombre es vivir solo,
junto a una gata? Si Poliarquía desarrollara un método fiable, probablemente
arroje resultados poco varoniles. No me cabe ninguna duda de que si es de macho
-o de necesidad del mismo- es la necesidad de mi gata, que gira desesperada por
el departamento frotando su cuerpo con cualquier mueble de extremidades
fálicas.
0 comentarios:
Publicar un comentario