Encuentro de Mujeres en Mar del Plata: crónica del ataque a la Catedral


“Recen, recen. No las miren. Recen”, fueron las palabras de un sacerdote, estratégicamente de civil y de barba tupida, que dieron inicio al epílogo de dos días de combate dentro de los talleres del Encuentro Nacional de Mujeres (ENM), sucedido en Mar del Plata, y que católicas protagonizaron heroicamente.


“Sólo Ave María. Recen”, arengó el consagrado mirando fijamente a tres filas de -en su mayoría- jóvenes apostados en las escalinatas de la Catedral de la ciudad que de feliz tuvo poco, provenientes de Córdoba, Santiago del Estero, Mendoza, Tucumán, Jujuy, San Luis, Neuquén y La Plata, Bellavista y ciudades bonaerenses. Dio la bendición y con los últimos vestigios de luz en el horizonte, que despedían el domingo previo al Día de la Hispanidad, comenzó el rezo continuo e ininterrumpido de oraciones a Nuestra Santa Madre, empuñando cada quien firmemente su Rosario.

“Filmalos, que vamos a escracharlos”, se escuchó del lado exterior de la gruesa reja negra, que delimitaba la peatonal de los primeros metros del templo sagrado. Entre carcajadas de odio, esa fue la frase que gritó alguna de las primeras feministas comunista, abortista o lesbiana (o una conjugación de todas). Tal vez pensaba erróneamente que significaba una vergüenza para quienes allí estuvieron erguidos y abrazados a cara descubierta gozando simplemente de un permiso divino: la Gracia que el Señor les regalo de estar en aquel lugar.

Pasaron largos minutos, entre insultos y los primeros proyectiles feministas. Una hora. Un grupo, dos, diez. Y así. El aquelarre se estaba gestando. Algunas gotas cayeron del cielo, como si llorara por lo que comenzó a oír. Los agravios a Nuestro Señor, Nuestra Madre y al Santo Rosario pululaban por doquier. Más fuertes, más violentos, se sumaron a las constantes demostraciones sodomitas.


La facha de las mujeres atacantes cambió: de porrtar algún que otro pañuelo verde, rojo o violeta a tener el torso desnudo, con pasamontañas y consignas escritas en el cuerpo: “Yo aborté”, “Machete al machote”, “Muerte al cerdo”, “No es mi amiga, nos comemos el c…”, “Somos las nietas de las brujas que no quemaste”, “Un macho muerto, un femicidio menos”, “La familia murió”, “Crialo marica”. Un carrito que simulaba tener un bebe muerto dentro, globos con forma de espada, banderines anarquistas y de las más variada gama de partidos y organizaciones de izquierda y afines, un fogón, stencils y graffitis en los pisos y paredes cercanas. Show de obscenidades.

El número y el anonimato las envalentonaba. Otra hora más. Ya no eran cientos, sino miles. Cuatro o cinco mil.  Se perdió la cuenta de cuántas rosas se elevaron a la Santísima Virgen. Ininmutables: “¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa del Hijo del hombre!”.


Tampones, bolsas de basura, pintura de aerosoles y tempera y los contenedores estos, bolitas de papel prendidas fuego, petardos, piedras, mosaicos, botellas de vidrio y plásticas y la frutilla del postre: pañales y bolsas rellenos de materia fecal. Todo sobre la línea de defensa cristiana. La reja que protegía la Casa del Señor fue derribada por la horda feminista, el estruendor de la caída fue continuado en forma de festejo por el grito característico de indígenas de cualquier película hollywoodense (pronunciar la letra “a”, mientras se golpea la boca con la punta de los dedos cerrados). Se creó un nuevo matiz, más violento, en el fragor del combate de las dos ciudades agustinianas. Golpes en la cara, manoseos, aerosol en los ojos y esvásticas y cruces invertidas en las camperas.

La marcha finalmente pasó, por un costado de la Catedral. Numerosos grupos regresaron desde donde esta culminaba, destacándose uno perteneciente a la comisión organizadora del Encuentro, una que se distinguía por las pelucas rosas. Y como un boxeador que golpea para desgastar al contrincante en el cuadrilátero, en los primeros rounds, guardándose para el golpe final, las Rosas tomaron la delantera en las agresiones al grito de  “entramos, entramos” y “la única Iglesia que ilumina es la que arde”. Evidenciaba la verdadera intención. Ya, como otrora en la edad medieval, las mujeres católicas tapiaron con bancos las puertas desde el interior de la Iglesia y custodiaron el Sagrario, preparadas para el peor de los desenlaces.

Sólo cinco efectivos de la policía cubrían la entrada, donde yacía la puerta derribada. Arrinconados en un costado, también se convirtieron en  foco de insultos y agresiones. Periodistas y camarógrafos en sus funciones ligaban de rebote.
Ave María tras Ave María sucedió lo inesperado, cuando dos mujeres policías fueron golpeadas y se vieron sobrepasadas. Sucedió lo que nadie esperaba y hasta el momento no había precedente: actuaron las fuerzas legales. Un grupo de agentes policiales antidisturbios se colocó detrás de los hombres católicos, previo al pedido de que se resguarden.

Un par de gases lacrimógenos y balas de sal. Cinco “compañeras desaparecidas”, que pasaron unos minutos cómodamente sentadas en las escalinatas de una pasillo interior de la iglesia, antes de ser dejadas en libertad nuevamente. Así fue la “brutal represión”, que denunciaron los medios. Lejos de acobardarse los grupos feministas permanecieron fuera por alguna hora más, enfrentándose a la policía.

Dentro, vivas a Cristo Rey y una última plegaria de rodillas al Santísimo. La Virgen continuó protegiendo con su manto a cada uno de sus hijos hasta sus hogares.
La mayoría de los medios de comunicación cumplieron su rol sistemático de ocultar la Verdad. Desde los grupos marxistas emprendieron la técnica gramsciana de victimización. Se desentendieron de lo sucedido. Se repudió todo. Se repudió el repudio. Se habló de nazis y ultraderechas. El jefe comunal local habló de “ultraestúpidos”. Se atrevió a opinar hasta una morsa bigotuda. También se animó a escribir unas líneas un ex doble agente secreto, segundo de Walsh en los setenta y luchador por Derechos Humanos, sobre la participación de católicos en el derribo de las rejas y como infiltrados en la marcha que comenzaron los disturbios y el contubernio entre policía e iglesia, “la institución que le niega los derechos a las mujeres”. Se contó en un comunicado del Frente Para la Victoria que “militantes fueron obligadas a querer entrar al templo”. No. No es broma. La contaron como quisieron. Y en Santa Fe, lugar donde se realizará el encuentro el año que viene, pasará lo mismo.

Y así. Hasta que se produzca una muerte, tal vez. Pero no de sangre mártir, precisamente, sino entre la multitud feminista. Porque su violencia la ejercen tanto hacia afuera, como hacia dentro. Entre ellas mismas, sus facciones se deprecian. Y en ese escenario, será un “fundamentalista” el culpado y las operaciones de prensa no cesarán de hablar de una “nueva inquisición”.

“Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman”. ¿Hay forma mejor de conmemorar el Día de la Hispanidad que defendiendo la Fe y la Tradición, contra los grupos que son orquestados internacionalmente y son financiados por el imperialismo sionista anglosajón para implantar definitivamente el Nuevo Orden Mundial? Por este rincón del mundo, amén de los hermanos sirios e iraquíes perseguidos, pareciese que es una de las expresiones más dignas que se pudieron hacer.



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